jueves, 28 de abril de 2016

EL MIEDO


Entre una de las emociones más intensas, quizá, la primera que experimentamos en el transcurso de la vida sea el miedo. Y es que el miedo, como todas las emociones, es vivido por todos de igual manera, sin importar raza, sexo, nacionalidad, condición familiar o posición social. Para todos el miedo es un sentimiento que parte de las mismas funciones fisiológicas producto de un estímulo que sabemos nocivo y que supone un peligro inminente para la vida.

El Dr. Benjamin Wolman en su libro El niño ante el temor y el miedo, define el temor como «una señal que alerta al instinto de conservación y moviliza los recursos fisiológicos de nuestro organismo.» de ahí que el sentimiento de inseguridad que surge frente a aquello que implica un riesgo, desencadena una serie de reacciones emocionales y fisiológicas que ofrecen al cuerpo las condiciones necesarias para salvaguardar la vida, ya sea huyendo del peligro, luchando contra él o incluso, en el peor de los casos, paralizándolo.

Entre las reacciones físicas que todos experimentamos cuando tenemos miedo, se encuentran un aumento en los niveles de secreción de adrenalina y noradrenalina, aumento del ritmo cardiaco, de la presión sanguínea, de los niveles de glucosa, elevación en la producción de cortisol por las glándulas adrenales.

Por supuesto que cuando sentimos temor de algo, nuestro cuerpo lo manifiesta con una serie de reacciones por todos conocidas como la típica sensación de vacío estomacal: ésta se debe a que cuando el temor nos invade, la irrigación sanguínea se concentra en los músculos largos  ubicados en extremidades superiores e inferiores (brazos y piernas) para facilitarnos el salir corriendo, brincar, escalar y hacer lo necesario para huir del peligro o acondicionarnos para el combate.

Sin embargo, las respuestas fisiológicas ante el miedo no siempre surgen de estímulos que sean un peligro potencial para la vida, sino que la racionalidad del hombre nos ha llevado a adquirir distintos grados en el miedo o temores producto de la educación de la familia y de la sociedad en general. Es aquí donde el miedo, destinado biológicamente para conservar la vida, puede volverse contra la misma al ir adquiriendo modalidades cada vez más altas hasta el punto de hacerse patológico como en el caso de las fobias, la ansiedad, el estrés, la angustia o los ataques de pánico.

En el caso de las fobias; por ejemplo, constituyen un miedo irracional ante un estímulo que no necesariamente atenta contra la vida o que en todo caso, el que pueda implicar un peligro o no, es el menor de los problemas para el que la padece. Una persona que tiene miedo a hablar en público por ejemplo, sabe que el subirse a un escenario o a un podio ante un gran número de personas no lo matará ni pondrá en riesgo su vida de ninguna manera lógica; sin embargo, esto no atenúa el sentimiento de temor o en el peor de los casos, de pánico ante la sola idea de hablar o actuar ante un público. Para estos casos, más comunes de lo que se podría pensar, existen diferentes técnicas terapéuticas o ejercicios que ayudan a desaparecer este tipo de temores irracionales, además de muchas otras modalidades del miedo.

Finalmente, basta decir que el miedo es un recurso natural, común a todos; que puesto al servicio de preservar y mejorar la vida siempre es sano, porque carecer de éste también resulta en una patología seria que pone en peligro al que no le tiene miedo a nada y a quienes lo rodean. Así que, el miedo es bueno; claro, siempre conociendo cuales son aquellos temores que nos fueron dados por educación y que nos dominan, que carecen de ese propósito vital, intrínseco del miedo, porque claro está, que el temor a la vida es el único peligro real del que hay que apartarse.  

martes, 5 de abril de 2016

¿Quién es el jefe?


Desde que la vida en la tierra evolucionó en estructuras tan complejas tales como los seres inteligentes, y particularmente, cuando el hombre tuvo la capacidad de tomar conciencia de sí mismo, hemos pasado milenios intentando dilucidar quién controla esto, quién lleva las riendas de nuestras vidas. ¿Quién es el ser o entidad suprema que tiene dominio sobre todos nosotros? si acaso fue Zeus y su poderoso trueno; o el destino, el Ananké griego, el inequívoco, el ineludible; o la providencia, los emperadores, los gobernantes, los reptilianos o la energía oscura. Así, hemos hinchado la lista interminablemente; buscando posibles todopoderosos a quiénes imputarles el origen de nuestros placeres, nuestras desgracias, nuestras fortalezas y debilidades.
Finalmente, el jefe de jefes, el que manda y reina sobre todos nosotros, el que está por encima de nuestros ojos, sólo pesa mil cuatrocientos gramos y tiene tres mil millones de años de evolución.
Con sus cien mil millones de células nerviosas, el cerebro humano es el objeto más cercano en distancia a nosotros; pero el más distante en cuanto a lo que sabemos de él. misterioso como pocos; el cerebro es capaz de regular desde  nuestra temperatura, nuestro apetito, nuestra postura y movimientos; hasta nuestros amores, nuestros odios, nuestras tristezas, nuestras pasiones, ambiciones, sensaciones, percepciones, nuestros juicios y nuestros vicios.
Si bien el avance de las neurociencias ha permitido construir un mapa casi completo del cerebro; no obstante, lo que se desconoce de él sigue siendo uno de los enigmas más fascinantes de la ciencia.
Como cada uno de los elementos que conforman el “yo”, las emociones ejercen uno de los motores más poderosos de la conducta. Éstas se generan a partir de estructuras que forman el sistema límbico (uno de los sistemas más primitivos del cerebro humano), y quien participa directamente en todas las cuestiones de nuestra vida afectiva: desde cómo aprendemos, las decisiones que tomamos, los miedos que nos dominan, aquello que gozamos, lo que recordamos, lo que nos enfurece o cómo nos enamoramos. En fin, todo aquello que nos mueve a la actuación, o que por el contrario, puede condenarnos a la inacción y paralizarnos como un cactus a mitad del desierto.
Entonces, si sabemos que aquello responsable de construir o destruir nuestras vidas flota en líquido cefalorraquídeo bajo nuestros cráneos y no depende del destino ni de la energía oscura, ergo, el jefe es más fácil de manejar a voluntad de lo que se pensaba. Podemos entrenar las emociones que nos mueven y tomar el control del jefe, haciendo un destino a voluntad, asiéndonos del timón de dirección para recorrer los caminos deseados. Ya que si bien es cierto que contamos con una primitiva central de emociones en el cerebro, también es cierto que, a diferencia de la mayoría de los mamíferos, la evolución nos ha dotado de una central más moderna (ubicada en la corteza prefrontal), encargada de dirigir  nuestras conductas y, por tanto, de contrarrestar los estragos que los estados emocionales negativos pueden hacer en nosotros.
Por tanto, conocer mejor al jefe nos otorga la mejor arma para avanzar libremente, es conocernos a profundidad. Así que empecemos a saber todo del cerebro para poder conquistarlo, porque en este caso, conquistar al jefe es conquistarlo todo.