martes, 5 de abril de 2016

¿Quién es el jefe?


Desde que la vida en la tierra evolucionó en estructuras tan complejas tales como los seres inteligentes, y particularmente, cuando el hombre tuvo la capacidad de tomar conciencia de sí mismo, hemos pasado milenios intentando dilucidar quién controla esto, quién lleva las riendas de nuestras vidas. ¿Quién es el ser o entidad suprema que tiene dominio sobre todos nosotros? si acaso fue Zeus y su poderoso trueno; o el destino, el Ananké griego, el inequívoco, el ineludible; o la providencia, los emperadores, los gobernantes, los reptilianos o la energía oscura. Así, hemos hinchado la lista interminablemente; buscando posibles todopoderosos a quiénes imputarles el origen de nuestros placeres, nuestras desgracias, nuestras fortalezas y debilidades.
Finalmente, el jefe de jefes, el que manda y reina sobre todos nosotros, el que está por encima de nuestros ojos, sólo pesa mil cuatrocientos gramos y tiene tres mil millones de años de evolución.
Con sus cien mil millones de células nerviosas, el cerebro humano es el objeto más cercano en distancia a nosotros; pero el más distante en cuanto a lo que sabemos de él. misterioso como pocos; el cerebro es capaz de regular desde  nuestra temperatura, nuestro apetito, nuestra postura y movimientos; hasta nuestros amores, nuestros odios, nuestras tristezas, nuestras pasiones, ambiciones, sensaciones, percepciones, nuestros juicios y nuestros vicios.
Si bien el avance de las neurociencias ha permitido construir un mapa casi completo del cerebro; no obstante, lo que se desconoce de él sigue siendo uno de los enigmas más fascinantes de la ciencia.
Como cada uno de los elementos que conforman el “yo”, las emociones ejercen uno de los motores más poderosos de la conducta. Éstas se generan a partir de estructuras que forman el sistema límbico (uno de los sistemas más primitivos del cerebro humano), y quien participa directamente en todas las cuestiones de nuestra vida afectiva: desde cómo aprendemos, las decisiones que tomamos, los miedos que nos dominan, aquello que gozamos, lo que recordamos, lo que nos enfurece o cómo nos enamoramos. En fin, todo aquello que nos mueve a la actuación, o que por el contrario, puede condenarnos a la inacción y paralizarnos como un cactus a mitad del desierto.
Entonces, si sabemos que aquello responsable de construir o destruir nuestras vidas flota en líquido cefalorraquídeo bajo nuestros cráneos y no depende del destino ni de la energía oscura, ergo, el jefe es más fácil de manejar a voluntad de lo que se pensaba. Podemos entrenar las emociones que nos mueven y tomar el control del jefe, haciendo un destino a voluntad, asiéndonos del timón de dirección para recorrer los caminos deseados. Ya que si bien es cierto que contamos con una primitiva central de emociones en el cerebro, también es cierto que, a diferencia de la mayoría de los mamíferos, la evolución nos ha dotado de una central más moderna (ubicada en la corteza prefrontal), encargada de dirigir  nuestras conductas y, por tanto, de contrarrestar los estragos que los estados emocionales negativos pueden hacer en nosotros.
Por tanto, conocer mejor al jefe nos otorga la mejor arma para avanzar libremente, es conocernos a profundidad. Así que empecemos a saber todo del cerebro para poder conquistarlo, porque en este caso, conquistar al jefe es conquistarlo todo.

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